El pasado sábado 13 fue uno de esos días. El frío gélido, nada corriente por estas latitudes, era un enemigo demasiado convincente, casi invencible. Quizá Horacio hubiese imaginado una playa semidesierta en algún rincón del caribe, pero, el resto de los mortales, aquellos que no nacimos de la pluma de Cortazar, debimos pertrecharnos con la poca ropa de invierno que resiste en nuestros armarios y salir de casa dejando al aire el menor resquicio posible de carne. Los hijos de la medianoche nos esperaban para un encuentro poético que, a decir verdad, es tan extraordinario en San Fernando como el nacimiento de los seres que daban nombre al evento.
Sobre las ocho de la noche, y batallando contra el espíritu festivo de aquellos compañeros de oficina que únicamente parecen agradables en las contadas ocasiones que los obligan el calendario, comenzó el encuentro.
Ana Pérez Cañamares fue la encargada de rebuscar, entre copas y felicitaciones, un poco de cordura y silencio. Ana Pérez nos llevó a su trinchera, a la alambrada de su boca, a su vida y a su piso de treinta y siete metros cuadrados. Nos presentó a su hija y a sus padres. Todos descubrimos su mundo y cómo la poesía tiene voz y aspecto de mujer.
Eduardo Almiñana consiguió que nos pegáramos a la pared. Cargó, apuntó y disparó. Disparó repetidamente y sin que se le encasquillara la palabra, contra todo y contra todos, porque sus versos son balas. Impactantes y demoledoras. Eduardo es un buen tirador y tiene motivos más que suficientes para ser Robert Crumb, pero ¿realmente lo necesita?.
Salvador Reyes fue el contrapunto de Eduardo. Subieron juntos al escenario y se agradeció. Salvador puso la venda a tanta herida. Pasó páginas a sus calendarios anónimos y navegamos de agosto a diciembre en el tiempo del verso. Nos reconfortó con sutileza y estilo, a la espera de que sigan pasando los años y Salvador los siga escribiendo.
Rosario Pérez Cabaña fue el último poeta en subir al escenario antes del fin de fiesta. Rosario es… Rosario. Es poesía. Es la belleza. Es la elegancia en la palabra. Es la poeta que escribe y recita con la misma magia una y otra vez. Nadie puede cansarse de ver y oir su poemas. Mientras todos observamos ella canta, canta y nos encanta.
Al final, Ariel Cubillas nos cantó sus versos. Nos bañó de sones cubanos y nos refrescó para que pudiéramos salir limpios de esa noche. Jugamos todos a las adivinanzas como si estuviéramos solos. Fue el fin de fiesta perfecto a una noche perfecta. Hasta se atrevió a invitar a Rosario al escenario para acabar con la conga triste más feliz del mundo.
Después de cincuenta años, los hijos de la medianoche reaparecieron en San Fernando, y yo estuve allí. Gracias a todos.
1 comentario:
Yo tambien estuve alli, y fue genial!Gracias a todos los que lo habeis hecho posible!!Enhorabuena y que se repita chinito!!!
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