martes, 30 de diciembre de 2008

"Tres Sombras" de Cyril Pedrosa

Cuando un libro apenas necesita palabras para expresar emociones, o sus ilustraciones son capaces, por ellas mismas, de despertar emociones, en estos casos, que desgraciadamente no son tan comunes como nos gustaría, estamos frente a verdaderas obras de arte.  
En mi continua búsqueda de nuevos textos he descubierto Tres Sombras (Trois Ombres) del francés Cyril Pedrosa. (Sigo haciendo caso a aquellos amigos que me permiten adentrarme en aquella literatura que me es más ajena, lo que es de agradecer). Esta maravillosa fábula ha conseguido conmoverme utilizando un lenguaje breve, casi simbólico, mientras el peso de la trama lo constituye un magnífico grafismo, en ocasiones elegante y preciso y que es capaz, por momentos, de alcanzar cotas que rozan el expresionismo más absoluto.  
Tres Sombras es una historia de vida y esperanza. Una historia de amor paterno-filial en la que los personajes principales, Louis y su pequeño Joachim, se embarcan en un largo viaje escapando de tres sombras que, misteriosamente, han aparecido en el horizonte de su modesta existencia. Esta huida hacia adelante, hacia la esperanza, los lleva a adentrase en lugares misteriosos y lejanos, hasta que descubren que es imposible escapar de lo inevitable. Una historia basada en la experiencia de un amigo de Pedrosa que perdió a su hijo de pocos años.
Tres Sombras es su segunda novela, con la que logró ser reconocido como comic esencial en el Festival Internacional  del Comic de Angolulême 2008. Este autor francés que procede del mundo de la animación, pasado más que evidente en la expresividad con la que dota a los personajes, juega con el lector al que maneja como si estuviera tras una cámara y nos encontráramos sentados frente a una pantalla. Es ejemplar el uso que hace de las secuencias en perspectiva, así como del juego de luces y sombras con la que salpica sus viñetas. Una novela en la que se hace casi innecesaria la existencia de diálogos, ya que las ilustraciones son lo suficientemente expresivas y detalladas, como para que la historia nos conmueva sin necesidad de palabras.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Encuentro Poético "Hijos de la Medianoche"

Hay noches en las que se hace difícil salir de casa. El sofá, una manta y un buen libro ejercen una atracción realmente poderosa. Sólo aquellos aventureros que navegan a contracorriente son capaces de sobreponerse a las adversidades y salir en busca de una recompensa que a muchos pasaría inadvertida. 
El pasado sábado 13 fue uno de esos días. El frío gélido, nada corriente por estas latitudes, era un enemigo demasiado convincente, casi invencible. Quizá Horacio hubiese imaginado una playa semidesierta en algún rincón del caribe, pero, el resto de los mortales, aquellos que no nacimos de la pluma de Cortazar, debimos pertrecharnos con la poca ropa de invierno que resiste en nuestros armarios y salir de casa dejando al aire el menor resquicio posible de carne. Los hijos de la medianoche nos esperaban para un encuentro poético que, a decir verdad, es tan extraordinario en San Fernando como el nacimiento de los seres que daban nombre al evento.
Sobre las ocho de la noche, y batallando contra el espíritu festivo de aquellos compañeros de oficina que únicamente parecen agradables en las contadas ocasiones que los obligan el calendario, comenzó el encuentro. 
Ana Pérez Cañamares fue la encargada de rebuscar, entre copas y felicitaciones, un poco de cordura y silencio. Ana Pérez nos llevó a su trinchera, a la alambrada de su boca, a su vida y a su piso de treinta y siete metros cuadrados. Nos presentó a su hija y a sus padres. Todos descubrimos su mundo y cómo la poesía tiene voz y aspecto de mujer. 
Eduardo Almiñana consiguió que nos pegáramos a la pared. Cargó, apuntó y disparó. Disparó repetidamente y sin que se le encasquillara la palabra, contra todo y contra todos, porque sus versos son balas. Impactantes y demoledoras. Eduardo es un buen tirador y tiene motivos más que suficientes para ser Robert Crumb, pero ¿realmente lo necesita?.
Salvador Reyes fue el contrapunto de Eduardo. Subieron juntos al escenario y se agradeció. Salvador puso la venda a tanta herida. Pasó páginas a sus calendarios anónimos y navegamos de agosto a diciembre en el tiempo del verso. Nos reconfortó con sutileza y estilo, a la espera de que sigan pasando los años y Salvador los siga escribiendo. 
Rosario Pérez Cabaña fue el último poeta en subir al escenario antes del fin de fiesta. Rosario es… Rosario. Es poesía. Es la belleza. Es la elegancia en la palabra. Es la poeta que escribe y recita con la misma magia una y otra vez. Nadie puede cansarse de ver y oir su poemas. Mientras todos observamos ella canta, canta y nos encanta. 
Al final, Ariel Cubillas nos cantó sus versos. Nos bañó de sones cubanos y nos refrescó para que pudiéramos salir limpios de esa noche. Jugamos todos a las adivinanzas como si estuviéramos solos. Fue el fin de fiesta perfecto a una noche perfecta. Hasta se atrevió a invitar a Rosario al escenario para acabar con la conga triste más feliz del mundo. 
Después de cincuenta años, los hijos de la medianoche reaparecieron en San Fernando, y yo estuve allí. Gracias a todos.